Y como si la tierra lo supiera, después
de tu despedida final, el cielo lloro durante los tres días siguientes.
El primer día lo note de inmediato,
era una lluvia triste, melancólica, para los que creemos en la magia, en la energía,
sabemos que la naturaleza lloro tu partida, que tu ausencia definitiva de este
plano le dolió, ella te vio nacer, te vio amar, te vio parir, la luchaste, la bebiste,
la comiste, y le doliste tanto y de tal forma que quiso lavar su dolor entre
esta lluvia torrencial.
El llanto se confundió con la
lluvia y cerré mis ojos, necesitaba revivir esos momentos de mi niñez, quería regresar
el tiempo treinta años atrás, te miré caminar de una habitación a otra en plena
tormenta (aquellas tormentas de aquellos años) cubierta con tu reboso que por
aquellos años era suficiente para atajarte de la lluvia.
Te vi caminar entre la calle, siguiendo
el fluir del agua rumbo al rio, el rio que tantas veces se llenó de ti.
Te vi alejarte entre los cerros,
como cuando ibas por tu bebida de Dioses, como aquellos años en los que me
preguntaba ¿Por qué no podía acompañarte? Ahora lo sé y es muy tarde para que de
adulta pueda hacerlo… lo lamento.
Cualquiera podría pensar que es
simple poesía, que es solo un escrito para honrar una partida, pero no, yo lo
vi, el cielo estaba llorando y eso me conmovió cada fibra de mi ser y así es
como nació este post.
Siempre he sabido que la lluvia
nos depura el cuerpo, que nos alivia el alma, ella nos permite detener el
tiempo y nos incita a reflexionar; cuando llueve, la vida va andando en pausas,
supongo que habrán escuchado el ¿cuándo deje de llover?, sí, ella nos detiene, nos
invita a contemplarla, y en los casos necesarios, nos ayuda a despedir.
Y hoy sé que ella te despidió, empapo
con fuerza tu última morada, como para terminar de llevarse todo rastro físico de
ti, la cubrió en llanto y así en el fluir del agua que limpio los cerros, que revivió
las cosechas, te dejo ir.
Te sentí en cada gota, en cada
rugido del cielo, te sentí en el canto de los pájaros que pese a la fuerza con
la que llovía no se iban y cantaban, y sé que te despedían.
Vine a esta tierra de mis raíces
a darle el último adiós a tu cuerpo a festejar tu vida y a escribir de ti. Estoy
junto a las personas que me han ayudado a ser quien soy, ante mi padre Agustín
y mi abuelita Virginia, tu hermana quien te lloro y quien te extraña, quien, a
pesar de no vivir en el presente, te lleva en su corazón, como si hoy fuera ese
último 31 de mayo.
Desde aquí, en esta tarde de fría,
pero llena de bendecida lluvia, te celebro, te despido y te quiero.
Gracias Cristina por esta hermosa
infancia, por esas hermosas noches, por tu hospitalidad. Gracias por esta
lluvia y nos veremos cuando sea el tiempo en que nos tengamos que encontrar.
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