jueves, 26 de mayo de 2011

Sofía II

Un dulce en días amargos no curara las heridas ni el mal humor, pero si cambiará el sabor que las malas palabras dejan entre los labios...
De Sofía siempre se hablo, la mayoría del tiempo para bien, recuerdo que cuando salía con mis padres a la plaza en tiempo de vacaciones  entre las platicas que las damas "finas" sostenían mas de una vez mencionaban el nombre de Sofía como parámetro para el largo del vestido, el alto del peinado o lo grande del sombrero,  y no es que ella acostumbrara vestir a la moda de las grandes ciudades, no, la realidad es que ella lucia cualquier vestido con garbo, con estilo, ella imponía moda, tontamente creían que vistiéndose como ella, seria ella, tendrían ese encanto que aquella mujer poseía, pero ninguna mujer logro igualarla.
Ella era especial, sus padres lo sabían, quienes la conocían lo sabían, incluso ella lo sabia y es con esa seguridad que la caracterizaba que cualquiera hubiera pensado que  escogería al mejor de los hombres al mejor de todos los que intentaron cortejarla; pero las mujeres de mi familia siempre hemos sabido que en el corazón no se manda... el no mira a quien, el corazón sólo se entrega a quien lo llena y nada mas...
Veíamos poco a Sofía, visitábamos la casa de los abuelos los veranos, mi mamá que siempre se la vivía enferma, decía que el calor del verano en la casa de los abuelos le ayudaba a resistir el resto del año, ella aseguraba que si seguía vivía era gracias a ese sol medicinal, puede que allá sido verdad, porque en el único año que no fuimos, mi madre murió; pero no es de mi madre de quien escribo, es de ella, de su hermana Sofía, sé que la vi  pocas veces, pero ellas  me bastaron para grabármela de memoria; en ocasiones cuando caía la tarde media hora antes de que me llamaran a la merienda, me encerraba en mi habitación e imaginaba a que cuando tuviera su edad yo seria igual, caminaría como ella, tendría un hermoso cabello, una piel aterciopelada, seria fuerte, bella, altiva, en pocas palabras seria una bella muñeca de aparador.
Los viejos  siempre tienen dichos, y uno de ellos se convirtió en la razón de mi mayor anhelo a mi corta edad, las vecinas de la casa grande  que por cierto eran bastante mayores y quedadas, decían que una joya como esa sólo aparece una vez entre cada generación, y si bien es algo descabellado,  esas ideas me hacían creer que yo era la joya de mi generación, tonta y egoístamente cada domingo de misa suplicaba a Dios que ella no tuviera hijas, así yo tendría asegurado ser la próxima maravilla de la familia, y creo que Dios me escucho, por que ella jamás tuvo hijos.
Lo que mas recuerdo de mi niñez después de la imagen de Sofía son las cosas que decían los viejos,  desde que era pequeña aprendí  a escuchar a la gente mayor, después de todo, ellos han vivido mas que nosotros, así que a mi corta edad me hice a la idea de que ellos saben mas, por eso siempre ponía atención a todas las platicas sin que los adultos se dieran cuenta, me las ingeniaba para estar presente en todos los acontecimientos importantes, en las platicas de la tarde, en las charlas entre copas y habanos de los días de fiesta, confiaba en aprender mucho, en saber mucho y quería hacerlo a través del mejor medio, la gente que ya habían vivido de todo.
Aprendí muchas frases, muchos dichos y las largas reglas de como debe ser una mujer perfecta, pero también aprendí que cuando alguien se empeña en amar, podría ponerse en medio el mismísimo diablo y ni él lograría impedir que ese amor se realizara.
Una tarde de lluvia llegaron los nuevos dueños de la finca de enfrente, nadie pese a ser un pueblo pequeño, sabia que había sido vendida tan bella hacienda, era la casa mas hermosa que yo había visto, hasta ese día sólo había entrado una vez pues la antigua dueña amiga de mi bisabuela vivía ahí; un día enfermo y ella le llevo un caldo milagroso, ese día por suerte en la casa había gran alboroto por el cumpleaños de Sofía, así que me pidió a mi que la acompañara, alguien debía tomarla de la mano y nunca le gusto que la servidumbre la tocara, así que me concedió el honor de ser su acompañante aquella mañana.
Al entrar en aquella casa, me sentí una princesa visitando a una reina, era una especie de oasis en medio del desierto, yo no entendía cómo es que podía existir una casa con tanta opulencia en medio de un pueblo, lo que si sé es lo que las malas lenguas contaban, decían que esa mujer Doña Amalia, en sus años de juventud, había sido una mujer de la vida galante, se decía que había sido la más grande señora de todas las rameras del país, rumores, chismes, no lo sé, sólo sé que poseía  una gran colección de joyas, de cuadros y sólo Dios sabe cuantos tesoros mas habitaban en aquella  casa, había tantas cosas, que  si no fuera por que era una niña en aquellos tiempos, en lugar de parecerme un palacio, hubiera dicho que era tan ostentosa que caía en lo vulgar. Al morir Doña Amalia, sus herederos - que nunca vivieron con ella- decidieron deshacerse a toda prisa de las pertenencias de aquella misteriosa mujer;  decía la bisabuela que todo lo habían malbaratado, que parecían una manada de llenas comiendo la carroña de una mujer muerta; ella siempre se expresaba así, se veía joven y fuerte, yo supongo que actuaba conforme su apariencia, por eso mi abuela le temía y mi madre la admiraba.
Por las circunstancias en que se vendieron sus posesiones, nadie se entero hasta aquella noche que la casa había sido comprada.
Esta es la segunda entrada de esta historia, gracias por seguirla, nos leemos la próxima!!

2 comentarios:

  1. hola ivra gracias por pasar.

    me pongo al dia con tu blog ;)

    cuidate y un buen fin de semana.

    :D

    ResponderEliminar
  2. Graciass!!!, tambien ten excelente fin de semana, besoss!! =)

    ResponderEliminar