A
veces me gusta dejarme las uñas largas, me gusta de ves en cuando pintarlas y
soñar que soy una mujer glamorosa, normalmente no lo soy, soy coqueta en mi
arreglo, pero sin exagerar, pero en un día como hoy no es buena idea, no tengo
destreza a la hora de usar el teclado, me cuesta trabajo, y en realidad estoy
pensando en cortarlas, porque el día de hoy quiero escribir sobre Sofía.
He pasado horas enteras leyendo
los escritos de Sofía, he dejado pasar los días, pensando si debo continuar con
este relato, o debo dejarlo en el cajón de los recuerdos familiares y
ciertamente mi necesidad de contar historias me grita que sí, que debo escribir
de ella, que el mundo merece conocerla, que su historia merece la pena ser
contada.
Después de esa ida a la capital
pasaron muchos días sin saber nada ni del abuelo ni de mi tía Sofía, si llego
alguna noticia a la hacienda, en esos días yo no me entere, seguramente estaba
entretenida siendo una niña, recuerdo que me gustaba dar largas caminatas,
trepaba árboles y brincaba alguna cerca al ritmo de las frases que acompañaron mi niñez “ eso no es de damas,
eso no va con la educación que recibes en esta casa”; extrañamente no tengo
tantos recuerdos míos como debería, mi mente está llena de ella, de mi tía, de
la gran admiración que sentía y que el día de hoy se ha convertido en algo más
profundo, ahora que la vida me ha puesto en las manos la de ella.
Entre sus hojas sueltas, en la
intimidad de sus letras encontré los escritos de aquella vez que por primera
vez se enamoró.
“no sé como he convencido a mi
Padre de traerme, honestamente no creí que me permitiera viajar con él, no debí
viajar, pero quería saber cómo estaba él…”
Siempre considere a Sofía como
una mujer libre de emociones, como esas hermosas muñecas cuyo rostro es
imperturbable, sabia que era bondadosa, una gran conversadora, una mujer
inteligente, dulce, elegante, sobria con un rostro siempre denotaba serenidad,
cuan equivocada estaba, ella era una mujer real, una mujer hecha de carne y de
huesos, como cualquier otra.
“no puedo creer que este
sintiendo esto, tengo tanto miedo de mí, de mi agitada respiración cada vez que
se me acerca, ¿por qué me mira?, ¿por qué siento esa extraña sensación cuando
lo tengo cerca?, no puedo, no dedo, él no…, tengo tanto miedo…”
“Mi padre me pidió acompañar a
Carlota durante nuestra estancia en la capital, no pude negarme, Dios mío, no
debí venir, no sé qué me pasa…”
“Ayer tomo mi mano, nunca nadie
me había tomado de esa forma, tal vez…, no puede ser, son solo ideas absurdas,
no puede ser real, pero si lo fuera, si fuera posible, él me apretó tan fuerte,
que mi corazón se aceleró, temí que lo escuchara, soy una tonta, esto es
imposible, estoy imaginando cosas…”
Sofía era tan humana, que, si no
fuera porque me conozco de memoria su caligrafía, podría jurar que no es ella
la que escribe, en sus letras es una mujer tan frágil, tan temerosa, tan
confundida, cómo es que no lo note, ¿alguien lo notaría?, el abuelo se daría
cuenta de que algo raro sucedía, alguien debió notarlo…
“Llevamos más de una semana aquí,
nos hemos visto todos los días, coincidimos en el desayuno y en la merienda,
Carlota estaba tan agradecida de que la he acompañado todos estos días, que se
ofreció a acompañarme a comprar las telas para mis vestidos, pero no pudo
hacerlo, se sentía cansada y le pido a Enrique que me acompañara, creí que mi
Padre se negaría, pero a mi papa le agrada mucho Enrique, normalmente no
aceptaría algo así, pero accedió, todo fue tan extraño, como cosa se magia, o
peor aun como cosa de brujería…
Pasamos toda la tarde juntos, él
es un hombre muy divertido, tiene una sonrisa encantadora, es un gran
conversador, por momentos me sentía tonta al hablar con él, me sudaban las
manos, tartamudeaba, me siento tan vulnerable cuando estoy cerca de él, ojalá no
lo note, qué pensará de mí, ¿pensará en mí?
Estoy segura que me ganado el
infierno, aun no sé cómo sucedió, pero nos besamos, no puedo creer que haya
hecho algo tan atroz…, no, no te engañes Sofía, no fue terrible, fue mágico, lo
deseabas, lo buscaste desde la primera vez que lo viste, ¡lo bese!, me beso,
nos besamos, ¿esto es amor? Este miedo, este temblor, estas ansias, esta
sensación en mi estómago, ¿es amor? ¡Dios mío! ¿que estoy haciendo?”
Desde pequeña me ha gustado
observar a las personas, adivinarlas, me gustaba jugar a adivinar que estaban
pensando, si lo que decían era igual a lo que estaba en sus cabezas, no
recuerdo haber acertado salvo cuando sabia que mi abuelo decía que iba a dejar
de fumar y que en el fondo el sabia que al ser su único vicio nunca lo dejaría,
que mi abuela decía que no le gustaban las cosas dulces y siempre hacia una
pausa larga a la hora de endulzar el café, si no conocías su ritual pensarías
que solo le agregaba una cucharada, pero si la conocías sabias que antes de dar
el primer sorbo su taza llevaba dos, que siempre encontrarías en la alacena de
la cocina un paquete de bombones y que era ella la que antes de dormir
religiosamente comía uno, si, aprendí a observar queriendo adivinar, pero al
parecer a la que nunca logre descifrar fue a Sofia, es de entenderse, siempre
permaneció tan ecuánime ante cualquier situación, pero es más que obvio que no
se adivinar, porque nunca me di cuenta de todo lo que ella escondía bajo su
rostro.