Y se llamaba soledad

Tocó a mi puerta y le deje entrar, no sabia quien era, pero me saludo muy cortésmente, y eso me dio confianza, recuerdo era muy alta, me sorprendió su tamaño en cuanto la vi, yo soy alta pero ante ella me sentí pequeña, realmente pequeña; vestia de negro muy elegante, no recuerdo como era su rostro, pero tenia una expresión de desgano, lo sé porque me causo curiosidad, se le notaba cansancio en la mirada y tenia un aire de melancolía que por un instante me hizo recordar el ayer; no sé porque me cuesta dibujar su rostro en mi mente, pero si puedo recordar su piel era blanca y muy tersa, no la toque pero se notaba la tersura a simple vista.

Desde el saludo su voz se me hizo conocida ya la había escuchado antes y por mucho tiempo, pero hasta ese momento no sabia quien era, sólo sabia que su visita me era muy grata, se trataba de un encuentro que pospusimos hace dos años justamente.

La invite a desayunar, comúnmente es café caliente con pan dulce, pero el menú cambio esa mañana, sólo me pidió café, nada dulce me dijo, cuando tu y yo desayunamos juntas no me gustan las cosas dulces.

Me miro de una forma poco común y con tono curioso me pregunto; -me extrañaste?- le respondí que no, que inclusive había olvidado que existía, sólo se sonrío de una forma muy cínica para mi gusto; siguió preguntando por mi entre sorbos de café y sonrisas burlonas, por momentos me sentí atacada con sus cuestionamientos, pero no podía levantarme de la mesa, pese a lo prepotente que era me sentía en confianza, así que seguí escuchándola a pesar de que por instantes algunas de sus palabras me retumbaban en los oídos.

Charlamos por horas y parecía que el café nunca se iba a terminar, seguramente porque eran sorbos pequeños y ninguna de las dos tenia prisa; llegó el medio día, le dije que tenia ganas de escribir, me pregunto sobre quien lo haría, si sería sobre viejos temas o  si volvería a escribir de amor, le respondí que no, para qué, si tenia a la mejor de las musas a mi lado.